Atenas de Ida y vuelta

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Llevo aterrizando hace mucho rato, el aeropuerto de Atenas es como un sinfín de pistas y de pasillos, y parece el preludio de las mil calles que me ocuparé en recorrer en un día y medio de viaje. Atenas se despliega ante mi como la primera y la segunda vez que la visité hace muchos años. La primera fue casi como que de pasada. Me acababa de casar con la que hoy es mi exmujer, y la segunda esa si, con más conciencia, también fue con ella.  Hoy, llegando a ella, pensaba que me gustaría recorrer sus calles con mi Carolina.

Nada ha cambiado, y, desde ese remoto 2003, hasta hoy, los efectos aquí de la europeización, es decir, del café para todos de esta Europa que nos maneja en modo remoto, no ha tenido ningún efecto visual en la primera capital del mundo civilizado que visito de nuevo. Siempre me he sentido atraído por lo que sería una Barcelona al otro lado del mediterráneo, pero estos días me doy cuenta, que Atenas, es pobre. Pero de un pobre familiar, como la Barcelona de los 80 o quizás de los 70. Tiene un cierto toque deprimente y otro cercano, y no dejo de pensar que podría vivir en ella.

Recuerdo subir a la Acrópolis a pie, en una caminata eterna, y visitarla. Si hubiera sabido que hoy en día la acrópolis estaría cerrada, y que uno tendría que hacer mil colas y ceñirse a un horario para verla de cerca, hubiera prestado más atención. ¡Como ha cambiado el mundo! Hoy ya no puedes visitar nada sin un código QR o sin comprar entradas con tiempo. Me niego, no pago y me hago una foto de lejos que ya cumple mis expectativas y síndromes de abstinencia de piedras y cultura clásica. Atenas me encanta y forma parte de otro de mis fantasmas vitales, compuestos ellos de Sudamérica, de el mundo clásico, de mi amada Roma, y de mi gusto, ese si cuestionable por los Estados Unidos, Japón y las nunca visitadas Islas del Pacifico Sur.

Pero volvamos a Atenas, me paseo toda la tarde de domingo por las calles aledañas a la Acrópolis, cómo por allí el consabido cerdo asqueroso que sirven y me bebo una cerveza en una terraza donde escribo en mi diario con las piernas tendidas en una silla a los pies de las columnas del templo. Como puede ser que esta gente fueran la semilla del mundo en el que vivimos ahora. Aún hoy los pueblos del mar, Sócrates, los Atenienses o los Espartos, Alejandro, o Platón nos rigen, y, mirando a los camareros del restaurante donde estoy me doy cuenta de que son un pueblo antiguo, hijos de mil madres, y otros miles de padres. Me gustaría poder pasar un largo verano de 4 meses, abandonado en las islas de este país, y no puedo evitar pensar en Chios y mi luna de miel. ¿Cuánto tiempo estuvimos en Sa Petrina? Chios… 3 semanas?

Mi relación con Grecia tiene algo de tremebundo, un fanático Filoheleno si existiera el concepto.  Me siento cómodo, y por otro lado me doy cuenta de que en el fondo soy parte de la ciudad.

Me paseo por todas partes y viendo como los Atenienses se dirigen a los turistas y no me dicen nada, me imagino que se piensan que soy uno más, soy un subproducto griego?. Ya de noche me recojo cerca de la Plaza Sintagma. Me doy cuenta de que el país es pobre y que imágenes de familias durmiendo en la calle con niños, tan olvidadas en mi mundo, son aún muy reales en la Grecia postmoderna. Como mal… en Grecia siempre se come simple, y a menudo mal, supongo que tiene que ver con un pueblo que siempre estuvo en guerra con sus vecinos y con ellos mismos, y que siempre tendió a una expansión que más parecía un escape que una imposición, como la de sus vecinos los romanos, tan poco imaginativos y tan pobres que tuvieron que copiar hasta la religión de todas la culturas que aplastaron.

A mi,  Grecia y Atenas, me gustan, que queréis que os diga. Es de esos viajes que siempre digo un Si, si me los proponen y también elucubro, a menudo en mi Isla griega. ¿Sabéis esa sensación de que no hace falta explicarse mucho con ellos para saber cómo te van a respirar? Pues eso.

También ayuda ese libro que me negué a tirar de los niños austriacos que se enamoran de un burro en una islita. Pero eso… eso ya es otra historia. Ese libro, que los niños trataron con delicadeza quirúrgica continua en la librería de casa, y hoy lo he repescado.

Dejo Atenas con el corazón encogido, al final todos somos un producto de Helena, todos sorbemos la vida a tragos largos como los griegos, y todos, todos todos los occidentales bebemos aún del afán de saber, de descubrir, de reinar y de conquistar que nos incrustaron los griegos hace 2500 años.

No puedo evitar pensar en  Chios y en Ta Petrina y esas vistas sobre el Egeo y lo joven que era. Pero sabeis que, me siento joven de nuevo.

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