Hombres G, (con G de gerundio).

Viendo como subíamos por las escaleras mecánicas de Montjuic, todo parecía llevar a un matadero a ritmo de pop ochentero y despreocupado. Cuando el cantante tiene la misma barriguilla cervecera que tu, canas y cara de cansado… el concierto parece más un revival que una entrega desmedida de energía. Eso, sin apenas haber empezado, me salvaba de cualquier ataque de ansiedad. Acompañado de mis hijos adolescentes, en chanclas y bermudas, y al lado de mi mejor amigo diabético, la única cosa que me hacía sufrir era el marido de mi amiga Eva, siempre tan entregado y enamorado, que llevaba en ese Palau Sant Jordi, desde las 4 de la tarde, acreditación al cuello, viéndola a ella desfasar como una groupy al lado de un tal Summers. Hay tantas cosas que me gustan y que envidio en ella, tantas… pero la que más sin lugar a dudas, el amor y la entrega  que le tiene un tal David.

Diez minutos tarde, todo muy madrileño el Palau a reventar: que más se puede pedir. La primera vez que los vi en Barcelona tenia 17-18 años, todo eran porros, hormonas y alcohol, y la noche terminó dos días más tarde, no recuerdo en la casa de quien. 34 años después, divorciado, casi abstemio, y enfocado en la paternidad, escuchar como se entona el “ataque de las chicas cocodrilo” me puso en forma de golpe. Retirado en una fila secundaria, para estar lejos de mis hijos, sin perderlos de vista, empecé a moverme de manera ridícula y desacompasada como dice Violeta, al ritmo de un bajo y una voz que forman parte de mi historiografía particular. Que pensarán estos tipos cuando la gente empiece a meter alguna de sus canciones en sus funerales, en lugar del “cant dels Ocells” o de Serrat? Porque claro, somos la generación de los G, de los Cadillac Solitarios, y si me apuras, de los que se liaban los petas con una mano mientras conducían con la otra un Ford Fiesta Amarillo, (o era blanco, es el Alzheimer?)

Mi amigo sale a fumar, se resiste a dejarlo, y no deja de grabarlo todo con el móvil, y yo, soltero y sin compromiso, me concentro en una morena tres filas más abajo, descocada y en ebullición, que no duda en soltarse el pelo y el sujetador para tirarlo al escenario; pero estamos tan lejos, que este termina en la calva de un tipo en la grada de abajo, este lo huele, y forma parte ya de la perversión del día.

Hace calor, y los paramédicos empiezan a sacar gente de la pista. Son tipos de mediana edad con canas, como yo,  a los que les ha dado un jamacuco importante: llevamos dos horas de grandes éxitos, uno detrás de otro, y me duele la cadera. La que tiró el sujetador está sentada, y la gravedad en su cuerpo hace de las suyas sin una parte de su estiloso conjunto íntimo, en todas partes, como a nosotros la responsabilidad del no beber porque conducimos a casa, con la prole a cuestas. Ya no vivimos en un piso compartido en el centro sino en chalet en las afueras, alquilado.

De golpe suena “Marta tiene un marcapasos” y de repente la muerte se hace presente, los paramédicos saltan en una dirección, ocho de ellos, un tipo se desploma mientras suena lo de que el “marcapasos le anima el corazón” a Marta, (no mi cita del domingo por la tarde, sino la de la canción), lo tumban en una camilla con un tipo encima de él, practicándole una RCP, los hijos detras, acojonados, parece un infarto en toda regla, lo evacuan; mi amigo me mira y me comenta que bien se está en estas localidades de mierda, 2º gradería con espacio, donde corre el aire.

Eva en primera fila, con el pelo suelto, y con sujetador, (creo) y David al lado, esta a punto de darlo todo, solo nos queda llorar en su habitación, un Ford Fiesta blanco, y unos polvos pica pica. El concierto ha tenido 3 stops necesarios porque la mayoría ya sufrimos de la próstata, como Summers y compañía.

Aquella noche del año 91 o 92 termino dos dias más tarde en la cama de alguien, la noche del sábado pasado, termino en la mía, tras tomarme una valeriana, para tranquilizarme tras una experiencia tan cercana a la muerte.

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